Almas libres, choferes espaciales, niños condenados; todos finalmente perdonados. Las horas y los días se confunden en lo que el vino entibia y mi anillo da vueltas dando giros en el tiempo; quizá cien, no, doscientos años.
Las golondrinas se posan en las altas ramas, observándolo todo. Un ruido de magia, una alarma entre los ángeles, y todo se habrá desvanecido. Allí algún día estaremos todos, viviendo por el resto de la eternidad.
Bienvenidos al Jardín de los Presentes.